Cuando hablamos de liberación femenina de inmediato pensamos en ascensos en el trabajo, igualdad de sueldos o de repartir responsabilidades en el hogar. Si vamos un poco más atrás, de seguro recordamos las luchas por el derecho de voto y las oportunidades de educación. Sin embargo, quiero hoy viajar al pasado hasta el momento justo en que la mujer dijo “adiós al corsé” y se liberó, por lo menos por un tiempo, de los esquemas tradicionales que hasta entonces estaban vigentes y le eran impuestos.
La Primera Guerra Mundial había acabado en 1918 y llegaron años de resurgimiento y muchos cambios. La alegría, la libertad y la pasión por la vida abrieron camino a los años veinte donde las mujeres fueron las protagonistas. Muchos hombres habían muerto en la guerra por lo que el rol de esposa y madre quedó relegado y ellas empezaron a soñar con ser actrices, bailarinas o por lo menos parecerse a ellas; lo que hasta hacía poco no se les permitía. La historia quedó plasmada para siempre en las pinturas de Tamara de Lempicka, quien se convirtió en un ícono de la época.
La vida de Tamara fue un enigma como ella misma. Dicen los historiadores que nació en 1895, aunque a lo largo de su vida fue cambiando varias veces la fecha, tratando de ganar algunos años de juventud. Nacida en una familia de la alta burguesía rusa, adoptó el apellido de su primer esposo. Al poco tiempo tuvieron una hija y cayeron en desgracia con la revolución bolchevique. Sin dinero tuvo que viajar con su familia a Francia donde decidió dedicarse a la pintura, y se fijo metas muy claras: ser diferente y triunfar.
Era la época cuando mujeres se rebelaron: se cortaron el cabello y las faldas, dijeron adiós al corsé y se pintaron de rojo intenso los labios y las uñas. Desafiantes decidieron bailar jazz, beber licores fuertes, fumar y conducir coches. La propuesta era ser contrarias a lo socialmente correcto y les llamaron las flappers. También surgieron las garçonne quienes fueron un poco más allá, adoptando una figura andrógina, se sublevaron vistiendo como hombres en esmoquin o en traje y corbata. Ya no importaban las reglas impuestas.
Ser mujer en el mundo de las artes no era tarea sencilla, pero Tamara era elegante y sofisticada; majestuosa y alocada y así cautivó al mundo. Sus pinturas, de un estilo diferente, triunfaron en París y Milán pasando así las pruebas más exigentes. Se codeó con gente importante y fue amiga de Coco Chanel, Greta Garbo y Salvador Dalí. Se convirtió en una diva, una verdadera influencer para su época, los diseñadores le buscaban para que luciera sus marcas. En sus creaciones pictóricas logró incorporar los clásicos del renacimiento con la geometría cubista que estaba de moda, dando como resultado un estilo único.
Sus pinturas se cotizaron muy bien y los más adinerados le contrataban para que hiciera sus retratos. Ganó mucho dinero viajando por el mundo y alcanzó la fama, pero la buena suerte no le acompañó en su vida familiar. Las noches de cabaret, alcohol y drogas se mezclaban con sus largas horas de producción artística. Es entonces cuando deja al descubierto su bisexualidad y en el famoso “Retrato de la Sra P.” inmortaliza a la poetiza Ida Perrot, su primera amante por varios años.
Pero la vida de la artista no escandalizaba. Eran los felices años veinte y las mujeres lograron gozar de una licencia para todo. Las relaciones entre mujeres, que siempre habían existido, quedaron ahora al descubierto y ella las plasmó en sus obras.
La pintura de Tamara de Lempicka era fría y distante, y aunque no transmitía sentimientos algunas veces podía resultar insinuante. Las mujeres grandes con cuellos gruesos marcaron sus lienzos. ¿Por qué esos cuellos tan llamativos? La respuesta la obtuve de la experta, María Antonia Ginés, quien me guía en esta fabulosa exposición en Madrid, quien asegura que en aquel entonces el bocio se relacionaba con una intensa vida sexual.
Los desnudos de Rafaela despertaron el interés de los críticos por su pericia técnica al pintar una piel tan perfecta. Lo que muchos no saben es que conoció a la modelo caminando por la calle. Tamara le pidió modelar desnuda y Rafaela aceptó inmediatamente. Eran los años veinte y el “porque no” se puso de moda.
Después de muchos años de vida vehemente Tamara se divorció y poco después se casó con su amante el barón Kuffner, con quien se mudó a Estados Unidos. Desde entonces se le conoció como “la baronesa del pincel”. En 1935 cayó en una profunda depresión y consideró internarse en un convento en Italia; pero las ganas de ser monja no pasaron de una reunión con la madre superiora. Luego de ese episodio creó lo que algunos consideran su mejor obra, aunque no fue del agrado de la crítica estadounidense.
Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial el art déco fue muriendo y así mismo la época de gloria de Tamara de Lempicka. Atrás habían quedado también los locos años veinte con sus flappers y garçonne… las perlas, los labios rojos y el glamour de aquellas mujeres que se atrevieron a romper las cadenas e definir su propio estilo. ¡Gracias a ellas nos liberamos del corsé! Ahora nos toca a nosotras liberarnos de los estereotipos impuestos y que nos impiden ser nosotras mismas. Seguramente la volcánica vida de Tamara de Lempicka pueda parecernos una locura, pero lo importante es que ella fue feliz. Murió mientras dormía en Cuernavaca, México en 1980 y sus cenizas fueron esparcidas sobre el cráter del Popocatépetl, como ella dispuso. Además de su talento y sus obras Tamara nos dejó un mensaje claro: vive tu vida tan intensamente como deseas, no seas tan exigente contigo misma, quiérete como eres y sé feliz.
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Incluyo más fotos que pude tomar en la exposición en el Palacio de Gaviria en Madrid. Estará abierta hasta el 24 de febrero de 2019. Las obras son en su mayoría de colecciones privadas. Se sabe que entre los principales coleccionistas de Tamara de Lempicka están el empresario mexicano Carlos Slim y la famosa Madonna.
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