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Foto del escritorAlexandra Ciniglio

Ser periodista en tiempos de la posverdad.

Empecé a trabajar como periodista en los años de las máquinas de escribir. En la redacción no había computadoras, ni celulares, ni mucho menos redes sociales. Con el paso de los años la tecnología fue haciéndonos más fácil el trabajo y yo estaba maravillada con las transmisiones en vivo, las cámaras digitales y todo lo que fue llegando.


Definitivamente las cosas han cambiado mucho. En aquel entonces el periodista confirmaba con una segunda fuente antes de lanzar una primicia que resultaba demasiado insólita. El tiempo ha pasado y las nuevas tecnologías han hecho que la inmediatez de las redes sociales ponga cada vez más presión en las salas de redacción.


Si a eso le sumamos el macabro negocio de las fake news que invaden la red con noticias, blogs, fotografías y hasta documentos que parecen creíbles, pero no son más que un bombardeo malintencionado que busca desestabilizar.


Ahora, desde la perspectiva que me da el estar alejada de los medios, posiblemente veo las cosas más claras. Lo primero: las fake news no son nada nuevas, han estado con nosotros desde tiempos inmemorables, encontramos ejemplos de sobra a lo largo de la historia. La diferencia es que antes tenían que “burlar” la rigurosidad de los periodistas o contar con el apoyo directo de los dueños de medios. Ahora las noticias falsas no necesitan a nadie; invaden directamente a la opinión pública a través de Facebook, Twitter, Instagram y especialmente WhatsApp.


El problema se agrava cuando el periodismo y los medios de comunicación en general viven su peor momento. Precisamente las nuevas tecnologías han hecho que se diluya el poder de los medios y por ende, que las grandes audiencias disminuyan, lo que trae consigo drásticos recortes en la pauta publicitaria y por ende menos recursos para los costosos departamentos de noticias y salas de redacción.


¿Estamos perdidos entonces? Estoy convencida de que no. Esta es una oportunidad de oro para los periodistas serios y profesionales reivindiquen su labor y rescaten el rol de informar objetivamente. Toca a los medios de comunicación hacer autocrítica. Convertimos los noticieros en programas de entretenimiento porque pensamos que así sobrevivirían, pero eso a la larga no funcionó. La época de los periodistas opinando y haciendo noticias con los rumores que circulan en las redes sociales debe acabar.


Ahora más que nunca el periodista tiene que regresar a la esencia del oficio donde importa más la rigurosidad al recabar la información, la confirmación de datos y la puesta en contexto de los hechos; que el número de likes o retweets en sus redes. Ante el exceso de información que existe y el poco tiempo que tiene el público para informarse, le toca al periodista recuperar su credibilidad y ser el filtro entre la verdad y la mentira. Solo así superaremos la crisis y podremos celebrar con orgullo el ser periodistas.




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